Es sorprendente la tranquilidad que reflejan las imágenes que nos llegan desde Japón. Quizás sea por la cultura zen o por el conformismo de la sociedad hacia la catástrofe asegurada: un ambiente sumiso que desprenden los habitantes de Japón. La falta de alimentos de primera necesidad, el agua radiactiva y la poca información que presta el Gobierno japonés no crispa los nervios de los japoneses, aunque sí levanta críticas.
Se ha prohibido la importación de leche procedente de Fukushima, zona que representaba alrededor del 1% de la industria láctea de Japón. Respecto a los vegetales, procedentes de ésta provincia y las de su alrededor, se ha suspendido su comercialización, también por la alta contaminación radiactiva. Pero el Ministerio de educación y ciencia de Japón, por otro lado, dice que en Tokio se registra una radiactividad normal para cualquier ciudad.
Ahora haceros la pregunta, ¿qué ocurriría en los países de occidente si ocurriera esto? Seguramente el caos estaría servido. Estamos a unos 10 mil kilómetros de distancia de Japón y se puede respirar un ambiente de crispación respecto al tema de las centrales nucleares. A los gobiernos ahora les entran las prisas para revisar las centrales en caso de posible terremoto o incluso posibles cierres.
Incluso en España por temas como el de la central de Ascó, problema algo insignificante comparado con lo que está ocurriendo en Fukushima, se levantaron alarmas e incluso manifestaciones. Nada que ver con el comportamiento del pueblo japonés, que en ocasiones debería de ser ejemplar en occidente.
Diario de una Torrejonera 